El año pasado ya estuvimos en la playa cuando Álvaro tenía pocos meses, pero apenas si la disfrutó porque era muy pequeñito y se pasaba el tiempo durmiendo. Pero este año ha sido otro cantar.
El primer día que bajamos a la playa, mi pequeño no sabía donde íbamos y a pesar de que estaba contento, no tenía ni idea de lo que le esperaba.
En cuanto dejamos todo y le quitamos las chanclas y puso sus pies sobre la arena, se quedó hipnotizado pensando qué sensación tanta rara y cuanta arena a su alrededor.
Automáticamente se sentó y empezó a tocarla con las manos muy contento. Además, le sacamos su cubo y su pala y estaba más que emocionado con todo.
Después de estar jugando un ratito, fuimos a bañarle y apenas si le causó sensación, es más, quería seguir bañándose. Luego estuvimos jugando en la orilla y le hicimos una piscinita de arena para que él se metiera dentro y jugara mientras se mojaba.
Fue una delicia verle un día tras otro, porque se la veía disfrutar y que estaba feliz.