Antes que nada comentaros que ayer me fue imposible escribir sobre el primer día de guardería de Álvaro. Cuando me quise dar cuenta ya no eran horas, así que os lo escribo hoy. Prometo ser más puntual de ahora en adelante, pero es que la vuelta de vacaciones es muy dura y hasta que una deja todo preparado.

Al grano. El martes 1 de septiembre llevé a mi pequeño a su guardería y el pobre no entendía por qué no le acostaba después del biberón ni por qué le vestía tan pronto. Cuando llegamos y se lo fui a dar a una de las profesoras me abrazaba diciendo que no.

No os imagináis el nudo de garganta que se me hizo y estuve a punto de ponerme a llorar como una tonta. Al fina me contuve, pero por poco.

Ya nos habían dicho que las entregas de los niños fueran lo más rápidas posible para evitar grandes dramas y que así los niños se tranquilizaran antes. Así que entregué a mi “bebé”, le di un beso y me di la vuelta. Lo oí llorar de fondo y salí lo más deprisa que pude. Qué mal me sentía.

Al final, el día pasó más rápido de lo que pensé, aunque no había ni un minuto que no pensara en él y en cuanto ya no pude más, me fui a recogerlo.

En cuanto me vio, se puso loco de contento y se vino hacia mí corriendo. Otra vez tuve ese nudo en la garganta que aumentó cuando me dijeron las profesoras que estuvo todo el día llamándome desde la puerta, la ventana y desde un móvil de juguete que tenían. Que se notaba que tenía mucha mamitis. Así que el día lo pasó sólo regular, ya que apenas quiso comer ni dormir.

El segundo día fue algo mejor, ya comió más aunque le costó dormirse. Pero la entrega siguió siendo con lloros. Veremos a ver cómo evolucionamos.