El segundo día que le di de comer a Álvaro el puré fue mejor de lo que esperaba. Yo, muy metódica, me decido a preparar todo el ritual: hamaca sobre el sofá, juguetes cerca para entretenerle, servilletas para que no se manche mucho, paño de cocina y, por supuesto, un babero más grande que le abarque todo y no le manche la ropa y decido dejarle también un plato, vaso y cuchara de plástico para que él juegue y se vaya familiarizando con estos utensilios que le deben parecer raros.

Bebe comiendo

Aunque claro, la sorprendida fui yo, que nada más darle el vaso, lo coge con las dos manos examinándolo de arriba abajo con una gran curiosidad y acto seguido se lo lleva a la boca haciendo que bebía.

¿Os podéis imaginar cómo me quedé yo? Pues sí, eso es, no daba crédito a lo que veía. Cómo era posible que mi hijo estuviera haciendo lo que muchas veces nos ha visto hacer a nosotros, era increíble. En este momento es cuando me di cuenta que los niños son esponjas que absorben todo, y cuando digo todo, es todo.

Allá voy con la primera cucharada de comida mientras voy diciéndole cositas a mi pequeñín a la vez que le canto y le hago el avión (siempre me ha encantado lo del avioncito, aunque reconozco que a él todavía no le haga gracia o no lo entienda, pero bueno, todo se andará). La primera cucharada me cuesta un poco pero a partir de la segunda, el tema va rodado.

Cuando le quitaba la cuchara para rellenarla de más comida, me cogía la mano para que no se la quitara y cuando me veía llegar con la cucharita, abría la boca como un desesperado para que se la diera. Ya había superado la prueba y estaba pletórica.

Después del primer día, pensé que no sería fácil acostumbrarlo a los purés y a comer con cuchara, pero me equivoqué.

Se comió todo el plato que le había hecho y no me rechistó ni una vez. Mientras le di de comer, él jugueteaba con el vaso y la cucharita que le dejé y en menos que canta un gallo habíamos terminado.

Esta vez no manchamos nada, un poco el babero y poco más. Así que prueba superada.