Como os comentaba en un post anterior, en la revisión de los seis meses, me dijo el pediatra que empezara a darle purés con cuchara a Álvaro.
Lo primero que hice fue acomodarlo en su hamaca encima del sofá y llevarle juguetes para que se entretuviera, además de ir cantándole y hacer esas cosas extrañas como sonidos, movimientos, muecas y un largo etcétera que hacen los padres para entretener a los niños y que hagan lo que ellos quieren, que en nuestro caso era comer.
A veces me pregunto qué se les pasará por la cabeza cuando nos ven hacer toda esa sarta de payasadas, porque otra cosa no, pero payasadas para entretenerlos hacemos unas cuantas.
Aquí no vale tener vergüenza o ser tímido: lo tienes que hacer sí o sí, no queda otra, y sino, pues ya sabes, el bebé no te prestará atención y hará lo que quiera.
Supongo que para el pequeño Álvaro, también ha sido toda una experiencia, ya que primero se me quedaba mirando con cara de “qué estás haciendo mamá”. Aunque a continuación, empezó a llorar.
Al poco de sentir el puré en su boquita, debía de parecerle interesante, porque se calló y me miraba sin saber qué hacer. Yo aproveché para ir dándole comida y así, que empezara a familiarizarse con ella, pero bueno, los principios son siempre desastrosos.
Entre que no abría mucho la boca, que no paraba de moverse y su curiosidad le llevaba a querer coger la cuchara con las manos todo el rato, nos pusimos buenos.
El puré manchó todo, incluido claro está, a nosotros mismos. Me di cuenta que el pequeño babero que llevaba el niño, no había servido para nada, y que tanto la hamaca, el sofá, la mesa, Álvaro y yo estábamos llenos de puré.
Bueno, menos mal que existe la lavadora y eso no era un problema en ese momento.
Al final conseguí que se tomara algunas cucharadas pero cuando empezó a llorar y a cerrar la boca, decidí dar por concluido el primer día de puré y cuchara. Le preparé un biberón, que se tomó entero, y acto seguido cayó dormido en una profunda siesta de unas tres horas.